Suena la sinfonía Nº 9 de Beethoven en una tarde noviembre a las 17:55, miro por la ventana a través del cristal, veo un fondo marrón y verde con el tono anaranjado de la luz del sol que quiere esconderse por ahí atrás de mi bloque. La orografía es muy montañosa. Abajo el llano artificial del campo de fútbol del equipo de mi barriada y subiendo hacia arriba un primer nivel totalmente cubierto de verde excepto algunas pequeñas partes de suelo merme donde no crece nada. En la parte verde todo un bosquecillo de pinares carrascos, donde ya se han dejado iluminar por el naranja de los últimos rayos de sol que ahora ya van por el tercer nivel montañoso donde almendros dispersos muy secos y poco frondosos dan un aire desértico, aumentando más este aspecto por la luz roja y poco luminosa del sol, que ya está a punto de ocultarse. Entre este y el primero esta el segundo nivel montañoso que es casi un cono perfecto cortado por la mitad dejando en su cabeza un gran llano donde más de una vez he ido a sentarme cuando estaba triste, allí la hierba crece muy fácilmente y es su territorio, desde allí se puede ver parte de la ciudad y el último escondite del sol al atardecer antes de que se hunda más sobre la gran montaña de la sierra del oeste. El mar como si estuviera esperando al sol para su unión por allá lejos, espera apaciblemente como siempre lo ha hecho ajeno a mis pensamientos. El azul del cielo ya se torna claro, tomando un tono blanquecino azul que irá apagándose al oscuro. Ahora vuelvo la mirada al cristal, mi alma vuelve dentro de la habitación y contemplo la poca luz casi oscura que inunda el habitáculo. La música sigue ahora con más intensidad, soy consciente de ello y adivino la cierta magia que introduciéndose por mis orejas ha conseguido elevar mi alma a un estado mental semiespiritual y mágico de este mundo interior mío. Ya todo vuelve a ser como al principio. La realidad siento que va volviendo a mí,… sí ya estoy de nuevo. Ahora Dios queda lejos, una vez más.
9 de noviembre de 2008
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